Como dice el titulo de una de las películas que se hicieron sobre sus padres estos últimos años, Bergman es ”un niño de domingo”, ya que nació ese día en el verano de 1918, en una familia de pastores que llega hasta el siglo XVI. Su tatarabuelo ya era pastor y se casó con una hija de pastor, como hizo el padre de Ingmar. Era capellán al principio de una pequeña comunidad minera, aunque luego fue predicador de una de las más importantes iglesias luteranas de Estocolmo. A pesar de su nerviosismo y tendencia al insomnio, la debilidad de Erik desparecía cuando subía al púlpito. Su carácter impasible y autoritario crea una tensión en el matrimonio, que alejará finalmente a Ingmar de su padre, no pudiendo reconciliarse con él hasta poco antes de su muerte.
Un domingo la reina escucha a Erik Bergman hacer uno de sus elocuentes y líricos sermones. Le propone entonces convertirse en capellán del Hospital Real. La muerte se convierte en una realidad cotidiana para Ingmar, que ve los cadáveres de los pacientes. Sus mejores recuerdos son los días de verano que viaja con su padre en bicicleta, cuando predica en las iglesias del campo que rodea el norte de la ciudad. Aunque se aburre de sus sermones, recibe una formación tal, que en una ocasión dijo que no se podían entender sus películas sin haber leído el
Catecismo Menor de Lutero.
LA MÁS NEGRA DE LAS PLAGAS
Desde su adolescencia, Bergman tenía pasión por el cine. Sus películas favoritas al principio eran las de monstruos, como
La Momia o
Frankenstein, aunque le gustaba también la opera y la música clásica. La política no le interesaba demasiado, aunque el año 34 había ido a Alemania en un intercambio con el hijo de otro pastor, que usaba el
Mein Kampf de Hitler en sus sermones. Con esa familia fue a una concentración en Weimar, para escuchar al Führer y ver una ópera de Wagner, siendo influenciado por la propaganda nazi. Su padre descubre sin embargo la amenaza y hace un famoso sermón contra los nazis. El año 77 Ingmar recuerda todo ello en
El Huevo de la Serpiente.
Bergman se vio siempre atraído por el teatro. Los años cuarenta empieza a dirigir obras con estudiantes, sobre todo de Strindberg, su autor preferido, que representa continuamente a lo largo de toda su vida. Su primera esposa se dedicaba a la coreografía y la segunda era una bailarina, con la que tuvo cuatro hijos. Bergman se hace director de cine en 1945, pero sigue haciendo teatro en una actividad frenética, que no abandona en ningún momento. Cuando se casa por tercera vez con una historiadora y periodista, tiene ya cinco hijos. No fuma y apenas bebe alcohol.
La vida para él, consiste en algunos breves instantes de felicidad, pero en general se caracteriza por una soledad y amenaza de la muerte, que le hace perder su fe en Dios.
La enorme presencia femenina que hay en sus historias se debe a que la felicidad para él, depende de una armonía sexual que nunca encuentra. En sus declaraciones, cuando cumple 85 años, a una cadena de televisión sueca, Bergman habla con toda honestidad de sus miedos y soledad. “Me he convertido en una persona muy nerviosa y propensa a llorar… Y también muy depresiva”. Hay días en que dice que no habla con nadie. Vive solo, tras cuatro divorcios y haber vuelto a ser viudo por segunda vez. Piensa que “el amor es la más negra de todas las plagas”.
EL SILENCIO DE DIOS
El caballero de El séptimo sello (1957), su película tal vez más famosa, es un buscador tenaz y atormentado, que quiere creer. Tiene un escudero algo cínico e incrédulo, aunque también compasivo. Como un nuevo Quijote y Sancho Panza, se enfrentan a la Muerte misma, horrenda, tortuosa e implacable…
LA MUERTE: ¿Tú quieres garantías?
EL CABALLERO: Llámalo como quieras. ¿Es tan cruelmente indispensable percibir a Dios con los sentidos? ¿Por qué es necesario que Él se oculte
en una niebla de promesas, expresadas a medias y de milagros que nadie
ha visto?
(La muerte se calla).
EL CABALLERO: ¿Cómo podríamos creer a los creyentes, los que no
creemos en nosotros mismos? ¿Hacia qué nos tenemos que volver nosotros,
que queremos creer, pero que no llegamos hasta ahí?
(El caballero se ha callado y espera una respuesta; pero nadie responde;
sólo silencio…)
EL CABALLERO: ¿Por qué no puedo yo matar a Dios en mí? ¿Por qué
continúa Él viviendo en mí de una manera mansa, dolorosa y humillante,
aunque yo le maldigo y quisiera expulsarlo de mi corazón? ¿Por qué a
pesar de todo Él es una realidad aplastante, que no me puedo quitar de
encima? ¿Me entiendes?
LA MUERTE: Sí, te entiendo…
EL CABALLERO: Quiero saber, quiero creer, no suposiciones, sino saber.
Quiero que Dios me tienda la mano, me desvele su rostro y me hable…
LA MUERTE: Pero Él permanece callado…
EL CABALLERO: Clamó en la oscuridad, pero no parece haber nadie allí…
LA MUERTE: Quizás no hay nadie allí…
EL CABALLERO: Entonces la vida es un horror atroz. Nadie puede vivir abocado a la muerte, sabiendo que no hay nada.
LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la muerte,
ni en la nada.
EN BUSCA DEL PADRE ETERNO
La obsesión de Bergman por su padre le acompaña hasta los últimos años de su vida. Cuando estaba en la Universidad se enfrentó con el pastor en una discusión en la que abofeteó a su hijo. Él respondió violentamente y le tiró al suelo. A pesar de los esfuerzos de su madre por intermediar, abandonó su casa y no intenta entender a su padre hasta que está ya moribundo en el hospital e intenta reconciliarse con él. Aunque Bergman había dejado ya el cine, escribía guiones e hizo algunas películas para televisión, que giran continuamente en torno a los problemas de sus padres.
En todo ello ves un tremendo sentimiento de orfandad, que te hace llorar conmovido. En una de sus últimas entrevistas, Bergman dice que si su cine gusta es porque emocionalmente era un niño y hablaba a los espectadores como un niño. La tragedia de su vida te muestra la realidad del hombre sin Dios. Su silencio es el final de toda esperanza de encontrar amor y sentido en este mundo. Bergman se enfrenta solo ante la realidad de la muerte...
Yo espero que aquel anciano pudiera conocer finalmente a ese Padre celestial, que está dispuesto a recibirnos, cuando venimos a Él vacíos y quebrantados. Ya que me doy cuenta que no hay mayor privilegio que ese amor que nos ha dado el Padre al hacernos hijos de Dios (1
Juan 3.1).
No se turbe vuestro corazón, dice Jesús (
Juan 14:1-2). Él ha ido a preparar la mesa, para cuando lleguemos a casa. El fuego de su hogar eterno nos espera cuando creemos en Él. Pero nada será comparable al calor del abrazo de nuestro amante Padre…
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