El primer hecho es que España era un terreno fértil para la herejía. Lutero en 1521 aún no aparecía como un revolucionario aspirante a hereje, sino uno de tantos deseosos de una verdadera reforma de la iglesia. Pero enseguida comienza una procesión de edictos en contra de los escritos de Lutero. En este edicto del 7 de abril de 1521 se dice que hay traducidos sus escritos al español para ser introducidos en este Reino. La orden de impedir tales escritos era bajo penas graves, con castigos civiles y criminales, obligando también a quemarlos inmediatamente.
El emperador Carlos V, poco conocedor de la política religiosa española, fue aconsejado por su embajador en Roma que podía sacar provecho pues este fraile Martín Lutero “ha colocado al Papa en gran aprieto, más de lo que al Papa le gustaría”. Uno tras otro van apareciendo edictos contra los libros heréticos de Lutero, de Norte a Sur de la Península. Las prensas de Flandes estaban a toda máquina produciendo libros de Lutero y Ecolampadio para el mercado español. En 1525 en Amberes, sería traducido el
Siervo albedrio de Lutero encargo de los comerciantes españoles. La Inquisición interceptaría mucha literatura, pero está claro que siguió entrando literatura luterana y a veces disimulada en glosas de libros ortodoxos católicos.
En Toledo y Salamanca se hicieron demostraciones de quemas de libros y se enviaron a todas las ciudades cartas de excomunión para quienes tuviesen libros de Lutero y sus seguidores. En 1535 la Suprema se dirigió a los inquisidores de Valencia con el fin de poner un teólogo competente que examinase las librerías buscando libros luteranos. Barcelona sería también advertida por la Suprema consciente de que al haber pasado Inglaterra al bando de la Reforma toda precaución era poca contra “los revolucionarios protestantes”. En Barcelona se daría “
La instrucción” por la que todas las librerías deberían hacer un inventario y todos los libros importados de Alemania e Inglaterra deberían ser examinados y ningún librero podría vender sin la aprobación inquisitorial. Además
La Instrucción, dando una vuelta de tuerca más, obligaba a los inquisidores a examinar todas las bibliotecas de las catedrales, de los monasterios y las universidades, requisando todos los libros sospechosos.
¿Por qué este miedo inquisitorial si no había luteranos? ¿Acaso es que se habían dado cuenta de que unos pocos de los fieles ya se habían inclinado por Lutero o sus doctrinas? ¿Acaso los alumbrados y los erasmistas habían hecho un trabajo cuyos frutos se empezaban a recoger?
Los miedos de la Suprema no eran infundados y
aunque la historia del protestantismo después de las tres décadas siguientes a 1517 no se pueda aún escribir, los datos y los signos externos anuncian que en la primera parte del siglo XVI hubo luteranos. En la segunda mitad del siglo aparecen comunidades luteranas en muchas ciudades de España, congregaciones que se reunían en las casas, independientes entre sí pero con el denominador común de sentirse reformados, cristianos que buscaban la sencillez evangélica y la extensión del reino de Dios.
Ahora la Inquisición había encontrado en los inventarios de Barcelona en 1538 libros de Ecolampadio y algunos otros reformados, pero además en Valencia habían prendido a una especie de misionero alemán, Blay Esteve y otro franciscano convertido al luteranismo que era un activo proselitista según se narra en el proceso a Hugo de Celso. Pero además los puertos del norte eran una pesadilla constante a la Suprema, de manera que en 1527 el inquisidor Manrique escribe al provisor de Lugo informándole que se habían infiltrado personas con doctrinas luteranas que hacían burla de las peregrinaciones a Santiago diciéndoles estas personas que iban más por comer y beber que por devoción. En 1529 en Valencia también había aparecido un anabaptista llamado Melchor Hoffman que en nombre divino predicaba el fin del mundo y arrojaba a todos los infiernos pues no había encontrado ningún cristiano. Días después sería prendido y después de darle cien latigazos fue expulsado de España.
Además de estos casos originales de luteranismo, Longhurst va dejando caer otros personajes prendidos por la Inquisición como el pintor Gaspar de Godos en Valencia que en 1529-30 hospedó en su casa a un luterano llamado Cornelio que venía de Gante y que cita en su proceso a Jacob Torres también acusado de luteranismo. En 1535 Juan Baptista, veneciano fue reconciliado en Mallorca; en 1536 aparece Miguel Costa que no parece ser extranjero pero es tratado por la Inquisición muy moderadamente. Sin embargo la Inquisición va aprendiendo eficazmente tanto de los procesos de los alumbrados como los erasmistas y luteranos que van apareciendo en estas primeras décadas del XVI y la Suprema dicta una norma al tribunal de Valencia en la que en caso de “luteranos obstinados” no se hiciesen públicos los errores.
Así pues aparece constantemente el fantasma de Lutero, cuyo rostro solo podemos ver a la distancia, iluminado por continuos testimonios, procesos, edictos y recomendaciones de la Suprema, que sentía pavor con solo su nombre.
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