La vida de San Román es la de un joven aventurero que cuando encuentra una buena causa se entrega a ella con pasión.
Menéndez y Pelayo lo trata con desprecio. Dice que como los hermanos Encinas, era un burgalés, mercader rico pero ignorante. Líneas más abajo tiene que reconocer Menéndez y Pelayo que en su vorágine de aprender y conocer aprendió cuántos libros franceses y alemanes pudo haber en sus manos. Así que ya no era tan ignorante. Con su modo de exponer dice el señor Pelayo que fue convertido en una iglesia luterana que predicaba el maestro Jacobo Spreng, antiguo prior de los agustinos de Amberes. San Román deja sus negocios y se pone bajo la dirección de Spreng permaneciendo largos días en su casa, conversando y disfrutando con el doctor Macabeo. Parece ser que escribió algún tratado, (hoy perdido) y un catecismo y otros libros, así como cartas a sus amigos y al mismo emperador. Su celo hacía que condenase la idolatría y exhortase a seguir su ejemplo teniendo como única regla la Palabra de Dios. Su vehemencia parecía asustar a muchos en Amberes y su deseo era volver a Flandes y a España.
Cuando llegó a Flandes, los frailes ya estaban advertidos y le detuvieron, registraron su equipaje y encontraron muchos libros en latín, francés y alemán de Lutero, Melanchton y Ecolanpadio. Los dominicos le interrogaron sobre su fe y él respondió entre otras cosas:
"que solo por los méritos de Jesucristo, sin consideración alguna a las buenas obras, gozaría de la vida eterna; que el papa era el anticristo, hijo del diablo, agitado del espíritu de Satanás, lobo rabioso" etc.
Tal enervación de ánimo le hizo pasar por loco ante los españoles que asistían a la disputa. después le quemaron los libros y lo encerraron en una torre a seis leguas de Amberes. Al cabo de seis meses le pusieron en libertad y se marchó a Lovaina donde estaba Francisco Encinas. Encinas le aconsejó:"
que no encontraba bien que sin especial llamamiento de Dios, usurpase inconsiderablemente la vocación teológica en vez de servir a Dios en si oficio de mercader…; que en cuanto a doctrina, no se guiase por humanos afectos o por inciertas opiniones, sino por un juicio puro, íntegro y recto, fundado en el sólido y claro conocimiento de la voluntad de Dios; y puesto que por otra parte se alucinaba en muchas cosas y no tenía verdadera ciencia, sino umbratil y mal fundada; que era impiedad predicar sin legítima misión, como si Dios no tuviera cuidado de su Iglesia, y tenacidad sediciosa ponerse en peligro de muerte y alterar la república."
Estos consejos, no parecen haberle hecho desistir de su fogosidad evangélica. En cuanto supo que Carlos V trataba de bien a los protestantes y estaba en la Dieta de Ratisbona en 1541, habiendo obtenido audiencia del emperador, se puso a predicarle. Parece ser que en dicha audiencia, se lamentó del estado de la religión en España y queriendo demostrarle que la verdadera religión estaba entre los protestantes y que el Cesar haría muy bien en imponerla en todos sus dominios, dejar en paz a los alemanes y abrazar la Reforma.
"La benévola respuesta del emperador - dice
M´Crie –
le dio valor para repetir su solicitud, ante lo cual algunos de los asistentes españoles se exasperaron en tal manera que lo hubieran arrojado al Danubio instantáneamente, de no haberlo impedido su señor, ordenándoles reservarlo para ser juzgado por los jueces competentes."
En consecuencia fue encadenado y conducido en el séquito del emperador, de Alemania a Italia y de Italia a África, y después del fracaso de la expedición contra Argel, fue desembarcado en España y entregado a la Inquisición de Valladolid.
Su proceso fue breve. Llevado ante los inquisidores, confesó francamente su creencia en la doctrina de la Reforma, de que el hombre no recibe la salvación por sus obras o méritos o fuerzas, sino únicamente por la misericordia de Dios, mediante el sacrificio del único Mediador.
Declaró que la misa, la confesión auricular, el purgatorio, la invocación a los santos y el culto a las imágenes, son blasfemias contra el Dios viviente. Su celo era impetuoso y lo sostuvo hasta el fin. Soportó los horrores de un dilatado encarcelamiento con la mayor fortaleza y paciencia. Resistió todos los métodos utilizados por los frailes para inducirle a retractarse. Rehusó ya en el lugar de la ejecución, comprar una mitigación de la pena, confesándose a un sacerdote o inclinarse ante un crucifijo que le fue colocado delante.
Cuando primero lo alcanzaron las llamas al ser atado a la estaca, hizo un movimiento involuntario de la cabeza, ante lo cual los frailes presentes exclamaron que se arrepentía y ordenaron sacarlo del fuego; pero al recobrar el sentido, los miró tranquilamente a la cara y dijo:"
¿Envidiáis mi felicidad.? ante cuyas palabras fue arrojado a las llamas, que casi inmediatamente lo sofocaron. Entre gran cantidad de prisioneros presentados, él fue el único ejecutado, produciendo una gran impresión en los espectadores.
Los inquisidores lanzaron una proclama prohibiendo rogar por su alma y expresar opinión favorable a un hereje.
Dice Menéndez y Pelayo que algunos arqueros de la guardia del emperador contagiados de las nuevas doctrinas, recogieron huesos y cenizas del muerto, a quien tenían por santo y mártir. El embajador de Inglaterra dio 300 escudos por un huesecillo de la cabeza. Por ello, a los guardias se les encarceló y al embajador se le prohibió presentarse a la Corte por algún tiempo.
También es de destacar que el sermón de este auto de fe, fue predicado por el arzobispo Carranza, quien más tarde habría de sufrir el proceso más largo de la Inquisición, por luterano.
Reseña Menéndez y Pelayo citando al nacionalista y protestante belga CAMPAN que San Román demuestra una exaltación parecida a la locura. Sin duda, tenemos que admitir nosotros, que más que locura, nuestros reformados tuvieron madera de mártires.
En carta dirigida a Francisco de Encinas, Jacobo Spreng- padre espiritual de San Román – decía después de su muerte:" La sangre de nuestro hermano Francisco de San Román clama y no sin fruto. Yo miserable, tuve en mi casa aquel tesoro de Francisco… Estuvo lleno del Espíritu del Señor… No dudo que por su confesión de fe tan constante, que movió los corazones de muchos y que de su sangre derramada, será semilla de iglesia plantada para los españoles… Ciertamente maravilloso es Dios entre sus santos y elegidos."
Respecto al año de su muerte, Pelayo lo ignora, pero M´Crie, dice que fue en 1544. Termina diciendo que la "doctrina reformada había sido ya introducida antes en Valladolid, pero sus discípulos se conformaban con retenerla para sí o hablar de ella con la mayor cautela a sus amigos íntimos.
Los comentarios suscitados por el martirio de San Román rompieron esa restricción; expresiones de simpatía por su muerte o de asombro ante sus opiniones, llegaron a conversaciones en el curso de las cuales los partidarios de la nueva fe, como se llamaban, pudieron reconocerse fácilmente entre sí.
El celo y aún la magnanimidad que había demostrado al afrontar el odio popular y desafiar una muerte tan horrible por la Verdad, provocaron la emulación de los más tímidos de ellos; y en el curso de unos pocos años después de su martirio, se organizaron en una iglesia que se reunía en privado con propósitos de instrucción religiosa y culto.
Fuente: Manuel De León, Historia Del Protestantismo En Asturias
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