Fitness

El cura confesor del palacio vienés observó cómo la emperatriz Sissi habilitaba una de sus salas para hacer ejercicio físico.

Por aquel entonces hubo una epidemia de sobrepeso en la feligresía de la catedral de Viena, a la que el clérigo quiso poner remedio. Y aquel método le pareció adecuado, visto los efectos beneficiosos que produjo en la reina.

Vació una de las capillas laterales de la iglesia, donde ya nadie se presentaba para orar, librándola de bancos e imágenes e instaló unas barras, anillas, un potro, y demás útiles de gimnasia.

El día 1 de enero del año 1867, sentado en el confesionario, esperó al primer fiel.

― He estafado al rey escatimando los impuestos, he tirado veneno en el pozo de mi vecino, he llevado la contraria a mi mujer y he robado una Biblia. ¿Qué penitencia me corresponde señor cura?

― Pues mira, vas a dar 20 vueltas a la catedral, 50 sentadillas, 20 flexiones, 20 abdominales y…

― Pero, ¿qué me está pidiendo?

― No hay absolución posible sin pasar por el fitness.

Toda la iglesia aceptó con el tiempo como penitencia de sus pecados, pasar por la capillita en lugar de las oraciones a que estaban acostumbrados.

Pasado un año, los hermanos ya lucían un tipito aceptable, e introdujeron aquella práctica en sus hábitos de modo que la penitencia por pecar tenía un aliciente. Coincidía que el más apto para conquistar pareja por su físico también era el más pecador, pero no nos desviemos del tema.

Tal fue el éxito que los fieles ya ni siquiera pasaban por el confesionario, se iban directamente a la capillita-gimnasio.

Y este fue, ni más ni menos, el origen de la instalación y proliferación de gimnasios públicos, vigente a día de hoy, algo bueno que debemos a la conciencia de pecado de nuestros antepasados.