Oración desesperada de una inmigrante

Busco Tu refugio. De rodillas me postro ante Tu presencia.

¿De dónde vendrá mi amparo, Señor?

¿Quién podrá ayudarme? Todos son desconocidos, estoy sola en un país extraño. Mis hijos esperan mi ayuda. Siento que una gran parte del ser que me diste me fue arrancado y sigue allí con ellos.

No tengo manera de llenar este vacío más que con el pan de los recuerdos. Mis pechos aún derraman leche para el más pequeño... Mis heridas sangran a todas horas.

Lo que aquí encuentro son murallas y más murallas que me impiden avanzar hacia cualquier parte.

Yo sé, Señor, que de Ti viene mi socorro, que si hiciste los cielos y la tierra según tu designio, también puedes cambiar mi historia y la de los míos. En Ti confío. Pero, Señor, todo se me vuelve en contra. Las adversidades llenan mi ser de tal manera que, a veces, no te siento.

Sé que no vas a permitir que los pies de mis necesidades resbalen y caigan al fondo del abismo, ¿qué sería de mis niños, si ocurriera eso? Señor, Tú no vas a permitirlo. Ni dejarás que las miserias me arrojen al precipicio que lleva a la falta de fe en Ti, o caminen en direcciones contrarias a las Tuyas.

Átame bien fuerte a Tu cintura, pues, las condiciones de trabajo que ofrecen, me empujan al borde de situaciones que aborreces y yo no quiero. Demuéstrales, Señor, que no estoy sola, demuéstrales, Señor que Tú estás conmigo.

A Ti clamo. A Ti, Dios, que no te adormeces ni cierras los ojos un solo momento. A Tí que me guardas. A Ti, que cuidas de Tus hijos, los que Te clamamos desde el desierto de los malos tiempos. A Ti que nos velas. Tú eres sombra fresca cuando las desgracias queman.

¿A quién podré gritar pidiendo auxilio, Guardador mío, sino a Ti?

Te doy gloria, Señor, por ser tan grande. Guarda mi alma del miedo a la impotencia. Sácame a flote de la desdicha del día a día; del menosprecio de los que me rodean.

A Ti solamente clamo, Dios, porque eres grande desde siempre y para siempre.